Conforme la mayor crisis capitalista de todos los tiempos sigue avanzando, la crisis sobre América Latina se va apretando.
El dueño de América Latina, el imperialismo norteamericano, aplica una brutal dictadura sobre la región que la considera como su patio trasero.
Las recurrentes y sinceras declaraciones de la general de cuatro estrellas, Laura Richardson, la responsable por la Flota de los Estados Unidos que controla América Latina, lo expusieron de manera más que clara.
Lo que le importa a los Estados Unidos son nuestros recursos minerales, nuestra agua dulce, nuestros recursos agropecuarios y la mano de obra barata.
El principal método que los Estados Unidos usan para explotar a nuestra región es el parasitismo financiero, principalmente desde el Consenso de Washington de 1989.
La política anterior a aquel período fue la Alianza para el Progreso que tuvo como objetivo controlar la expansión de la Revolución Cubana, en las décadas de 1960 y 1970.
Para controlar la desestabilización que se acentuó en la década de 1960, y principalmente con el contagio del Mayo Francés de 1968, impuso sangrientas y genocidas dictaduras militares, dignas de provocar la envidia al propio Hitler.
El llamado “neoliberalismo” tuvo como laboratorios las experiencias del Chile de Pinochet, de la Argentina de Videla y del Uruguay de Gregorio Álvarez, y fue impuesto por medio de la punta de las bayonetas.
Las dictaduras militares se agotaron en los años de 1980 debido al impacto del desgaste provocado por la crisis mundial de 1974.
El “neoliberalismo” estabilizó la situación política en beneficio de los explotadores al controlar el movimiento de trabajadores y popular con la transferencia para China de gran cantidad de plantas industriales y la importación de productos muy baratos.
Un trabajador chino ganaba en los años de 1980 algo como US$ 30 sin ningún beneficio.
Hoy esa bonanza se le acabó al capital imperialista que vive en una debacle para sobrevivir.
Los Estados Unidos imponen su dictadura y permiten que otras potencias actúen en su patio trasero, desde que paguen tasas, abiertamente o de manera disfrazada.
Por ejemplo, China otorga préstamos o financia obras de infraestructura para favorecer su comercio. No hay ninguna bondad en eso; son sólo intereses comerciales de capitalistas.
¿Cómo le pagan tasas al imperialismo? ¿Y para dónde vamos?
La explotación de nuestras materias primas es algo muy nefasto. El medio ambiente es destruido por todos los medios posibles para abaratar los costos, mientras las ventas de esos recursos se realiza en gran medida por intermedio de las bolsas mercantiles y de futuro, que aumentan los costos en decenas de veces por medio de un sistema especulativo de apuestas y de contra apuestas, antes de que lleguen a China o a los mercados consumidores.
El parasitismo financiero está alcanzando un punto álgido.
Las deudas públicas, ultra corruptas y pagadas decenas de veces, representan un porcentaje altísimo de los gastos públicos.
Los llamados swaps cambiales favorecen la entrada de capitales especulativos y principalmente la expatriación de las ganancias sin riesgos, dejando para atrás pasivos multimillonarios.
Los Estados Unidos, en primer lugar, para estabilizar las tasas de ganancias de sus monopolios es capaz de hacer cualquier cosa. Lo ha hecho y lo sigue haciendo.
Durante la “pandemia” le pasó recursos tan grandes a las grandes empresas que la deuda pública aumentó en 50% en tres años, para una cifra de US$ 32 billones. ¡Ese aumento representa el PBI de 10 años de Brasil!
La guerra en Ucrania ha sido el mecanismo para reactivar el complejo industrial militar en momento en que la economía se iba para una recesión generalizada.
El capitalismo actual se ha transformado en una especie de agujero negro que absorbe todos los recursos sociales para mantener funcionando un sistema podrido en beneficio de un puñadito de gente.
La perspectiva es de un gran estallido capitalista, con bancarrotas generalizadas, lo que llevaría a un ascenso de masas que haría parecer el estallido del 2008 un juego de niños.
Guerras, fascismo, revoluciones y contrarrevoluciones
La principal salida capitalista para su mayor crisis histórica es la guerra.
Para imponer sus guerras, la burguesía precisa también imponer su paz en la retaguardia, lo que implica necesariamente en el mayor endurecimiento de los regímenes políticos y el fortalecimiento del fascismo.
La burguesía sabe que la crisis lleva a la desestabilización, a las revueltas populares y a las revoluciones. Y para eso se prepara, principalmente en términos propagandísticos y militares.
En América Latina, el imperialismo impuso gobiernos “izquierdistas” super derechizados, como Boric en Chile, Petro en Colombia y Lula/Alckmin en Brasil.
Y todo apunta en que precisará volver a imponer gobiernos de la derecha.
Esa ida y vuelta es un proceso normal de control, donde el objetivo principal es mantener su dominación.
El movimiento de masas está demorando para reaccionar.
Eso ocurre por la corrupción de las direcciones del movimiento de masas.
La tendencia ha sido, y deberá seguir siendo, al aumento de las revueltas populares, grandes huelgas y revoluciones, que estallarán de manera espontánea.
En ese ascenso seguirán apareciendo nuevas direcciones de lucha.
El papel de los revolucionarios es prepararse y efectivamente actuar en esos nuevos movimientos. Estar muy atentos a las nuevas formas de lucha y las nuevas formas de actuación de la burguesía.
La revolución es una tarea para los trabajadores y las masas oprimidas. Nuestra política debe ser elaborada para ellos y buscar incorporarla a sus luchas concretas.
La lucha en contra del capital facilitará la nueva formación de partidos revolucionarios de trabajadores, como estados mayores de la lucha contra el capital, por la revolución socialista mundial.