HIROSHIMA Y NAGASAKI: LA HISTORIA NO DEBE REPETIRSE

HIROSHIMA Y NAGASAKI: LA HISTORIA NO DEBE REPETIRSE

Sadismo, masacre, todo por dinero. La mente de los capitalistas no tienen límite de perversidad. Sepa los detalles de la bomba atoómica de Hiroshima y Nagasaki

Hugo Flores Del Carpio.
Perú, 7 de agosto de 2022.

Little Boy sobre Hiroshima.

Durante la segunda guerra mundial, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre territorio japonés. El lunes 6 de agosto de 1945, a las 8:15 horas, desde una altura de 10 450 metros, fue arrojada sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba bautizada con el nombre de Little Boy, explosionando a una altura de 600 metros.

La terrible bomba atómica la lanzaron sobre la población civil desde el Boing B-29 Superfortress (bautizado por el piloto como Enola Gay, nombre de su madre), un bombardero pesado cuatrimotor de hélice, utilizado también en la sangrienta Guerra de Corea. Se estima que murieron más de 160 mil personas hasta finales de ese año.

Proyecto Manhatan.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos abanderó el Proyecto Manhattan acompañado por el Reino Unido y Canadá. El proyecto, desarrollado en el más absoluto secreto, estaba destinado a producir armas nucleares y, en su mejor momento, llegó a contar con un presupuesto cercano a los dos mil millones de dólares, a tener más de 130 mil empleados y a expandirse en más de 30 lugares diferentes de los tres países aliados. La creación de Little Boy fue parte del proyecto pero nunca fue probada antes de su lanzamiento sobre Hiroshima. Este hecho constituye un agravante sobre la demencial decisión.

Fat Man sobre Nagasaki.

Fat Man fue la segunda bomba atómica arrojada sobre Nagasaki tres días después. El objetivo principal era la ciudad de Kokura. Sin embargo, debido a condiciones climáticas, el piloto del B-29, Charles Sweeney, tuvo que decidirse por el blanco alterno que era Nagasaki.

La bomba fue lanzada a las 11:01 horas, explosionando 43 segundos después a una altura de 469 metros sobre la ciudad. Ese día murieron más de 30 mil personas y hasta diciembre de ese año la cifra superó las 60 mil muertes.

La orden para el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fue dada por el presidente estadounidense Harry S. Truman.

No había necesidad.

De acuerdo a los acontecimientos, hasta esos momentos durante la Segunda Guerra Mundial, la derrota de Japón era previsible e inevitable sin necesidad de recurrir al uso de armas nucleares.

Eso no importó, lo que realmente importó al gobierno estadounidense fue probar en un escenario real su Proyecto Manhattan, alimentado por su sed de venganza por el ataque aéreo japonés a su base naval de Pearl Harbor (Hawái). Lo que les importó fue evitar que las tropas soviéticas ingresen a Japon, lo que también era previsible, y pongan condiciones en gran parte de Asia.

Al rendirse Japón el 15 de agosto, las tropas norteamericanas y de sus aliados ingresaron al país Nipón y establecieron sus bases militares. Lo que les importó fue decirle al mundo de lo que eran capaces y de imponer su dominio sobre él.

Dios mío, ¿qué hemos hecho?.

Estos hechos constituyen el peor atentado que el ser humano haya realizado en contra de la naturaleza, de la especie humana y de todo ser vivo.

Solo una mente, muchísimo peor que perversa, dominada por el sentimiento de venganza, por el odio, que piensa solo en sus intereses, que concibe la muerte y la destrucción como su mejor camino para lograr sus propósitos, sin medir las consecuencias, puede ser capaz de semejante decisión humana.

Esa es la mente del imperialismo, que aún continúa lanzando pequeñas «bombas atómicas» sobre los pueblos del mundo que intentan oponerse a sus dominios y contra la vida de todo aquel que le levanta la voz y lucha por ordenar nuestras vidas.

A una mente así, cómo le podríamos pedir que respete los derechos humanos, que respete la libre autodeterminación de los pueblos, las riquezas de cada país, la naturaleza y la vida misma. Esa ilusión de que nos respeten nosotros mismos la tenemos que hacer realidad.

El Capitán Robert Alvin Lewis, de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, el 6 de agosto de 1945 tenía 27 años cuando tuvo que asumir la responsabilidad de ser uno de los protagonistas, como copiloto del Enola Gay, de estos lamentables sucesos. Cuando el bombardero se alejaba luego de cumplir con su misión, viendo el panorama que dejaban, atinó a decir:

«Dios mío, ¿qué hemos hecho?»

¡Otro mundo, si es posible!
¡Estudio y acción, para lograrlo!

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